Olga Piedrahita

Ese instante no es gratuito. Lo ha construido durante toda una vida dedicada a transformar su entorno y treinta años de oficio en la moda. De hecho, ese momento empezó en su propia casa, cuando era apenas una niña de brazos, y se movía entre el mundo de lujo y sofisticación de su familia paterna y la apertura mental de su familia materna llena de artistas. A pesar de que estudió en un colegio de monjas, su papá la sacó de la formalidad y le ofreció regalos vedados a otros, como darle la libertad de usar bikini en su adolescencia u obsequiarle una ida a cine para que viera en pleno 1970 la historia del festival de Woodstock.
Sin embargo, en su formación fue determinante su vocación como bailarina de ballet y su dedicación de tres horas diarias a fortalecer sus piernas para lograr las casi imposibles torsiones de la danza. Esa exigencia que la llevaba a comprender el espacio con disciplina y rigor para luego liberarse en el escenario la formó estéticamente. "Porque a partir de ese instante sentía para poder transmitir y apelaba a la estética como filosofía de vida", dice.
Mientras estudiaba artes plásticas en la Nicholls State University se le ocurrió aplicar al diseño de moda ciertas técnicas y procedimientos modernistas. Pasó a trabajar modelos ya existentes como hace un pintor con los lienzos: para darles nueva vida y hacerlos interesantes recurrió al teñido, a la superposición de telas y otros elementos decorativos. Desde un principio, pues, mostró independencia y atrevimiento.
Luego de estudiar arte en Estados Unidos se reencontró con su hermana Eulalia, que regresaba de Florencia, Italia, y quien había estudiado tejidos, y emprendió un proyecto artístico que la llevaría a encontrarse casi con naturalidad con el mundo de la moda.
Montó un espacio al que llamó el Taller Barroco, y junto con ella reunió manteles, casullas, encajes y vestidos viejos del barrio, y ensambló piezas disímiles en una exploración textil, "una alquimia en degradé de colores" que era más una apuesta por unir dos universos distintos que un oficio. Lo cierto fue que gustó y fue exitoso. Sus propuestas parecían disfraces y todas estaban investidas de teatralidad. Esa nostalgia retro que apuntaba a los años veinte y que tomaba elementos del Wearable Art de enorme fuerza entonces en Londres, la convirtió, de un momento a otro, en diseñadora.
Viajó a Bogotá y se encontró con un mundo de colegas con ideas: Participó cuatro años seguidos en los desfiles de la Asociación Colombiana de Diseñadores y dejó atrás, por primera vez, lo que la había hecho exitosa, para jugársela por algo nuevo. Por primera vez. Porque desde entonces entendió que siempre debía jugársela: que cada vez que sintiera que se sabía la fórmula del éxito debía cambiarla. "Siempre tengo el impulso de quitarme la piel y de iniciar una aventura nueva. Si no siento ese reto no me encuentro. Nada es más peligroso que repetirme". Por algo es considerada la reina de la creatividad y la más importante creadora textil del país.
Y ese deseo de reinventarse la llevó a incluir en sus colecciones otro de sus amores: las óperas y el teatro. Por eso nunca realiza pasarelas convencionales, sino verdaderas puestas en escena en las que cada vestido cuenta una historia coherente y sin embargo es una obra de arte en sí; en las que cada modelo está fuera de los circuitos conocidos e interpreta un papel definido; cada pieza musical corresponde a una sensación y el espacio es casi siempre una bodega abandonada e intervenida, reinventada como escenario por un equipo de hasta 250 personas.
Casi la misma idea que plantea ella con sus materiales, cuando apela "a telas anónimas como el dénim, los jacquards y otras con las cuales se pueden contar historias". Eso significa intervenirlas, deconstruirlas, quemarlas, arrugarlas o usar elementos no comunes como papeles, plásticos o incluso esparadrapos. Olga Piedrahita busca en las ferreterías materiales para trabajar, pero también en el color de las casas de Curacao o en las bolsas de basura de su edificio y en lo común de cada día. Y en la gente del día a día.
En el estudio sobre el tapete es, en verdad, donde trabaja Olga. Allí mira, tuerce, superpone, calibra telas y pensamientos. Cuando siente que domina una idea envuelve su cuerpo con el tejido y convertida en maniquí de prueba observa el resultado en el espejo para ajustarlo. Con razón, dos maniquíes de verdad lucen abandonados en el taller de costura. Olga nunca jamás los usa. Ella y su cuerpo, ahí está la mitad de su técnica.
Fiel a sus principios de producir un nuevo tipo de moda para mujer ha pasado de lo recargado a lo despojado. Su ropa resulta casi abstracta, capaz de suscitar hondas evocaciones ya sea recargando sus vestidos (como hacía al principio de su carrera) o bien despojándolos de aditamentos hasta hacerlos casi volátiles.
Cree en los jóvenes y junto con su hija Danielle ha consolidado un equipo de especialistas que la apoyan en sus colecciones y además busca talentos para que presenten sus propuestas en su tienda.
"Tengo puesta la camiseta del relevo generacional, porque sé en carne propia que lo no comprendido genera rechazo. Busco jóvenes que tengan pasión y fervor y que tengan empatía con mi marca: ese humor y esa irreverencia, esa libertad y ese vuelo", dice, y en ese momento levanta la mano al aire, como si fuera una palomera en el acto de liberar un ave al vuelo. Y ahí está toda ella, en un gesto perfecto y preciso que la define entera.
Tomado de http://www.colarte.com/colarte/conspintores.asp?idartista=5966
Instagram: @olga.piedrahita
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